Como institución entregada a la ayuda de quienes son más débiles y vulnerables, muchas veces se nos halaga, se nos recuerda lo loable de nuestra misión, y aunque nos sentimos fuertemente reconfortados por este reconocimiento, nos gusta pensar que la generosidad, la caridad, la solidaridad, la misericordia, la fraternidad, son virtudes innatas al ser humano y que forman parte de su naturaleza.
Nos es grato recordar que desde niños nos sentimos naturalmente inclinados a practicar la empatía. Lo social aparece como una característica de la vida humana que implica pluralidad, unión y convivencia. Nos concretamos, más tarde, en comunidades y asociaciones: la familia, nuestra comunidad, la nación… Existe en nosotros una inclinación natural a vivir en sociedad. Ciertas normas universales rigen esta humana tendencia: básica es la de que no sólo necesitamos recibir de los demás, sino también dar, comunicar, compartir. La sociabilidad humana implica la convivencia, el ser-para-otro.
Este hecho innegable se ve reforzado por quienes, además compartimos la fe de Cristo. En el diario vivir todos tenemos la oportunidad de servir y ayudar a otros, lo cual trae una inmensa gratificación a la vida humana, haciendo realidad las palabras del texto sagrado que determinan que “más bienaventurado es dar que recibir”. Huyendo de los pesimismos existenciales, creemos que hay inscrita en todos nosotros una inclinación al bien, por nuestro propio sentido de preservación y por imitación de la imagen de nuestro Dios.
Queremos recordaros que, como vosotros, nos es fácil, grato, necesario estar del lado de quienes nos necesitan. Somos tan humanos como vosotros.